Turquía furiosa y feliz. Furiosa porque EE.UU. le acaba de imponer sanciones. Feliz porque se salió con la suya de comprar lo prohibido: los famosos misiles S-400 “made in Russia”.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y EE.UU., temerosos y furiosos, temerosos que la tecnología occidental caiga en manos de los rusos, y furiosos porque su aliado firmado en pacto y alianza, Turquía, sienten que los ha traicionado.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, parece quedar como el caprichudo más exitoso de lo que va del siglo ya que ha desafiado a Washington y Moscú. A EE.UU. por comprar armamento ruso, y a Rusia por atreverse a derribar un avión ruso y por entrar en Siria a pesar de Rusia.
¿Quién tiene el sartén por el mango, cuando el mango podría ser EE.UU. o Rusia, pero no la mano? ¿Cuándo la base candente del sartén podrían ser las armas rusas y estadounidenses o el mismo fuego y terrorismo sirio?
La mano, puede ser la de Erdogan, y eso sin duda lo sabe, tanto el Kremlin como la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA, por sus siglas en inglés). Por lo pronto, Turquía está sancionada, no tiene misiles Patriot ni tendrá los aviones invisibles F-35, pero tiene los S-400 del presidente ruso, Vladimir Putin.